La Batalla Cultural: Colonialismo, Identidad y Resistencia
En este artículo, el autor explora el impacto del colonialismo en Argentina, sus efectos duraderos y las controversias actuales sobre independencia y dependencia económica bajo el gobierno de Javier Milei.
Cultura, Idioma y Religión
El colonialismo en Argentina tuvo un profundo impacto en la historia y la sociedad del país, dejando una marca indeleble que perdura hasta nuestros días.
Desde la llegada de los primeros colonizadores europeos en el siglo XVI hasta nuestra independencia en el siglo XIX, el territorio fue objeto de la dominación y explotación por parte de potencias extranjeras, principalmente España y el Reino Unido.
Durante el período colonial, la corona española administró y explotó los recursos naturales de la región.
Todo el oro, toda la plata, principalmente de las minas de Potosí, se enviaba a España con el único propósito de alimentar la codicia de la corona. Eso se llama «saqueo»
Uno de los aspectos más significativos del colonialismo en Argentina fue el sistema de encomiendas y el trabajo forzado de la población indígena.
Los españoles establecieron encomiendas, que eran grandes extensiones de tierra concedidas a los colonos españoles, junto con los derechos de utilizar el trabajo de los pueblos indígenas que habitaban esas tierras.
Esta práctica llevó a la explotación y el abuso de los pueblos originarios, así como a la disminución de su población debido a enfermedades, maltratos y asesinatos.
La imposición del idioma, la religión y las «costumbres españolas» llevó a la supresión de las tradiciones y lenguas indígenas, así como a la asimilación de la población local a la cultura europea.
Si bien la independencia trajo consigo la abolición del sistema colonial, sus efectos perduran hoy en el país sobre todo en algunos sectores sociales, económicos y culturales, que aún añoran aquellos años.
Fueros esos mismos sectores los que antaño celebraron la llegada de los ingleses al Virreinato del Río de la Plata.
Estas invasiones se llevaron a cabo en dos etapas principales, en 1806 y 1807, durante las Guerras Napoleónicas.
La historia oficial cuenta que si bien las fuerzas británicas lograron tomar la ciudad, su ocupación fue breve debido a la rápida respuesta y resistencia de las milicias locales, así como al apoyo de las fuerzas regulares españolas y criollas.
Lo cierto es que mientras algunos llevaban a cabo la resistencia el establishment de aquellos años, encabezados por un tal José Alfredo Martínez de Hoz, bebían Whiskey y Champaña cortejando a los invasores mientras hacían negocios con la corona, que en este caso, era la británica.
No los invadía un espíritu independentista sino uno colonialista y de corte inglés que les permitiera incrementar su patrimonio personal.
Hoy no es necesario imponer un idioma o una religión, ni invadir una nación para colonizarla.
Solo es necesario que un pequeño grupo de apátridas habra la puerta a una potencia extranjera para que esta se quede con toda la riqueza y todos los recursos naturales de esa nación.
Y aquí sobran de esos personajes. Son aquellos que cada 4 de julio cantan el himno estadounidense, con su mano derecha sobre el corazón, en la embajada de ese país en la Argentina.
El gobierno «libertario» de Javier Milei pretende subsumir a la Argentina a la categoría de «estado asociado» al gran país del norte. Una suerte de eufemismo moderno que esconde al de «colonia norteamericana». Como Puerto Rico, pero en América del Sur.
La Batalla Cultural
Desde el poder dominante, integrado por los sectores financieros, los medios hegemónicos y la derecha clásica argentina, se habla de dar «la batalla cultural».
Esa batalla cultural no es otra cosa que simplemente adoptar simbología, las tradiciones, las costumbres que nos remita a Estados Unidos y nos haga sentir «verdaderamente americanos» y no simples sudacas.
La vestimenta de los funcionarios, ambo azul, camisa blanca y corbata roja es el clásico atuendo de las administraciones republicanas.
El emblema de La Libertad Avanza, el águila de cabeza blanca, esta presente en toda la iconografía estadounidense y representa la fuerza y la libertad de «ese» pueblo.
Además, la gestualidad de Manuel Adorni, vocero presidencial, posado delante de un cartel de forma oval que reza un escueto «Casa Rosada» es otro signo de que el actual gobierno pretende, de un modo no muy sutil, que esa batalla sea dominada por «otra cultura».
Moldeando la nueva Argentina
Pero para que una colonia se precie de tal y pueda exhibir orgullosa tal condición es menester transferir todos sus recursos naturales, sus riquezas, la administración de la Justicia -entre otras cuestiones- a la nueva madre patria.
La privatización de la hidrovía, la explotación (literal) de las minas de litio por parte de empresas extranjeras, el intento privatizador del acuífero guaraní, la transferencia de los recursos de Vaca Muerta a petroleras de origen externo permitirán que la Argentina pierda la capacidad de generar recursos genuinos que sirvan para incrementar las reservas de divisas.
Gracias al Régimen de Incentivo para Grandes Inversiones (RIGI ), quienes «se adueñen» de los recursos nacionales serán favorecidos con Exenciones impositivas, Facilidades para la importación de equipos y tecnología, Apoyo financiero y Estabilidad jurídica y regulatoria.
O sea, se llevan el oro y la plata y no pagan impuestos, les facilitan dólares para que traigan equipos «de afuera» porque los nacionales «no sirven».
Además, esos dólares los pueden devolver en cuotas y si es que tienen rentabilidad y; si por alguna circunstancia hay que hacerles algún reclamo judicial pues tendrás que ir a EEUU porque son los jueces del Banco Mundial (si, del Banco Mundial) los que fallarán a favor de las empresas.
Eso se llama saqueo. Y encima para vos no hay plata.
Pero para que todo esto cierre, hace falta adaptar toda la legislación argentina. Eso incluye: Reforma del Estado, Reforma Jubilatoria y Previsional, Reforma Laboral, Reforma Universitaria y el Sistema Público de Salud para que estén equiparadas con la legislación estadounidense.
Javier Milei no quiere ser presidente. Solo aspira a ser el «primer Virrey» de este nuevo estado colonial.